Inocencia ( relato)



Había una vez, un niño pobre.
Siempre había comido lo que su afanosa madre le había podido preparar con el poco dinero que tenían.
Así que el niño soñaba con que llegara el día de poder comerse un enorme y jugoso pastel, o aunque solo fuera una de esas golosinas que se presentaban tan apetitosas en las tiendas,
y que casi todos los niños del mundo habían probado.

Un buen día, este se levanto con ojos tristes, la mirada perdida
y con más ansias que nunca de poder probar aquellos caramelos y chocolates.
Sus colores parecían anunciar sabores exóticos.
y en la cara de aquellos que habían podido
degustar esos manjares se vislumbraba sin lugar a dudas la felicidad.

El empezó a desenterrar sus pensamientos más profundos,
Y su ansia por querer sentir aquéllo que observaba cada vez era más fuerte.

En esa misma tarde, todavía su madre no había llegado del trabajo, cuando se le ocurrió buscar desesperadamente, siquiera una moneda que pudiera llevarle próximo al goce y al disfrute de tan deseados manjares.
Pero no hayó ni una sola, y frustrado sucumbió al llanto en soledad. Cansado y abatido se durmió sobre la cama.

Ya era de noche cuando su madre entró por la puerta, recién llegaba del trabajo; buscando a su hijo pequeño, lo hayó dormido sobre la cama, y con mucha delicadeza
y ternura lo cubrió para que este no se enfriara. Pero un leve roce un pequeño silbido de la puerta, hizo que sus pequeños ojos se abrieran, se levantó y abrió la puerta levente para observar. Le rondaba en la cabeza una idea.

Al ver que todavía ella estaba despierta, se volvió a recostar sobre la cama, y a golpes de imaginar, llegó el momento en que su pequeño cuerpo y mente empezaron a confabularse y a desarrollar la codicia.

Cuando todo estuvo en silencio, abrió la puerta de nuevo; su deseo era mayor que el miedo a la oscuridad y las posibles represalias que pudieran surgir de lo que estaba planeando. Sin embargo al mismo tiempo que su deseo crecía
un extraño malestar le sobrevenía una y otra vez, más fuerte que la oscuridad y luchaba en contra de su deseo.
Nunca antes había experimentado semejante sensación, pero al mismo tiempo, algo dentro de él lo empujaba a terminar el fin por el cual había pasado dos horas planeando antes de que su madre se acostara.

Al llegar a la mitad del pasillo, las respiraciones del sueño materno
se hacían notar y despacio entró en su habitación.
Se acercó hasta donde estaba el bolso y abrió la cartera donde su madre guardaba el poco dinero que había ganado.
En su pequeño mundo para él, había encontrado la llave para abrir por fin la puerta de su deseo.
Así que pensó en coger una pequeña cantidad para que no se notase y volvió a su cuarto.

Al día siguiente se preparó para ir al colegio.
Y con la sensación de saber que había hecho algo malo pero con las ansias mayores salió dispuesto a satisfacerse.

Cuando entró en la tienda, compró todo lo que pudo alcanzarle el dinero y con las pupilas dilatadas
corrió hacía su casa.

Ya en su cuarto con la excitación de su pequeño corazón ardiendo de probar bocado, abrió la boca y empezó a comerse una tras otra las golosinas y chocolatinas que había comprado.

Sin embargo aunque al principio todo parecía excitante los sabores no le compensaron el esfuerzo, y en ese mismo instante se dio cuenta de que había perdido una parte de si mismo.

La inocencia.

Cuando quiso darse cuenta, oyó a su madre llorar en el cuarto
así que tímidamente pensando que él había provocado ese llanto, se acercó hasta ella.

Su madre lo abrazo y lo beso entre sollozos, ella decía, como si aquél ser tan pequeño no pudiera comprenderla.
Hijo mío, tu madre es una necia, tu madre es una necia.
he perdido el dinero, he perdido el dinero , repetía una y mil veces
incapaz de dotarle a su pequeño tal acto.

Él quería confesarlo, pero su temor ante aquéllo que había hecho por unas golosinas que no le habían siquiera satisfecho
le impedían abrir la boca, así que más apesadumbrado que el día que empezó a sentir tristeza por no haberlas comido
esta vez era por todo lo contrario, empezó a llorar.
La madre cuando vio a su pequeño llorar le dijo » no llores» » no llores» todavía tengo una parte.

Así que la madre para calmar a su pequeño lo cogió en el regazo y salieron a la calle.

Como ella se había enternecido por el acto de amor de su pequeño
quiso recompensarle y darle uno de los premios que jamás él había podido tener.

Abrió la puerta de la tienda llena de gominolas, y aunque para ella le suponía un sacrificio, entendió que era el momento
apropiado de darle una ilusión a su pequeño hijo.

El niño al ver el acto de su madre todavía seguía llorando y la madre aparentemente desconsolada no sabía porqué.
Así que compro a parte de golosinas unos chocolates.
Ya cansado y torturado por la bondad de su madre gritó desesperado:
¡He sido yo! ¡he sido yo!, ¡yo fui quien te cogió la parte que faltaba! ¡y ya no quiero caramelos ya no quiero dulces!
¡ya no quiero chocolates porque me han sabido amargos!.

La madre abrazó al pequeño y le susurro al oído: «mi amor, yo ya lo sabía, pero tenías que aprender de la vida que no todo lo que en los rostros ajenos parece placentero y felicidad
tiene que serlo en la nuestra».
«Que todo llega en la vida por muy dura que esta sea, y que las cosas saben mejor con la conciencia tranquila».

El niño abrazo a su madre y esta a pesar de que no tenía ya mucho dinero, le compró un saco lleno de golosinas y chocolates
para que aprendiera el verdadero sabor de la vida.

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